La Gloria eres tú
- Andrea Mendoza
- 29 dic 2023
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 29 dic 2023

Simple y sencillamente gloriosa…
Ahora tengo casi cuarenta años pero cuando la conocí tan sólo tenía catorce. Yo trabajaba en una cafetería, mi entrada era a las siete de la mañana; ella llegaba a su local dos horas después, era mi primer cliente. Se llamaba Gloria, tenía cuarenta y tres años, si ella no hubiera mencionado su edad, yo no hubiera adivinado nunca, parecía mucho más joven; era divorciada y aseguraba nunca más volver a cometer el mismo error, no por falta de pretendientes (“pretendejos”, así se refirió a ellos en más de una ocasión). Al contrario su agenda siempre estaba repleta de citas. Rara vez teníamos tiempo para conversar, salvo aquella gloriosa ocasión que no puedo borrar de mi memoria.
Fue un treinta y uno de diciembre, recuerdo que era miércoles, mi día de buena suerte. Le llevé el café como todas las mañanas, ese día ella iba más arreglada que de costumbre; siempre aprecié su buen gusto al vestir, nunca exageraba en su maquillaje, su ropa no era para nada provocativa, al contrario, parecía querer cubrir su sensualidad innata, pero no lo conseguía. Muchas veces pensé que posiblemente era al contrario: estaba tan segura de su atractivo que ya no era necesario esmerarse más. Podría ser también la edad, todas sabemos que llega el momento que ya no tenemos que demostrar lo que somos: mujeres completas.
Llegué justo cuando salía un tipo muy alto y varonil, iba bastante molesto y en su prisa me tiró el café encima. — ¡Animal!— le gritó ella muy enfadada y corrió a auxiliarme. —Mira si es imbécil, ¿te has hecho daño?— Preguntó con verdadera aflicción, tomó el vaso de mis manos, su roce provocó una sensación totalmente nueva para mí. — Sólo me eché un poco de café encima, nada del otro mundo. —Le respondí para dejar de preocuparla. Fue sincera al disculparse. Quiso saber la hora de mi salida y propuso pasar por mí para ir a comprar una blusa nueva y reponer la que se había estropeado. Se sentía culpable por el accidente. Aseguró que quería cubrir el daño. Yo sabía que no era necesario, aunque, por otro lado, la oferta era tentadora. Era la oportunidad de estrenar en fin de año y pasar tiempo con ella, con esa mujer imponente a la cual nunca me había atrevido confesar mi admiración.
Insistió tanto que acepté. Quedamos y, como toda una dama, llegó puntual a la cita. Me recogió a la salida de mi trabajo en su auto último modelo. La conversación giró acerca de mí, de la escuela y mi empleo. Era tan atenta… escuchaba con verdadero interés, no dejaba de preguntar acerca de mis aspiraciones y metas por cumplir. Provocó tanta confianza que sentí verdadera atención a mis palabras.
Llegamos por fin a la tienda. Entramos. Escogió un saco para ella y algo de ropa interior.
—Puedes escoger lo que quieras, tú eres la que viene a reponer la blusa, anda, ve a elegir, no una, si no las prendas que desees, recuerda que las oportunidades se dan en muy contadas ocasiones. — Decía mientras seguía tomando ropa para ella. —Además va a pagar el imbécil que te tiró el café encima, no debes preocuparte. —Agregó para que por fin, me armara de valor.
Con cierta timidez me atreví a tomar una blusa blanca, ella tomó tres más en el mismo modelo que elegí, pero en diferentes tonos y telas, aunque de mi misma talla. Fuimos directo al vestidor; yo me quedé afuera para esperar mi turno, todos los vestidores estaban ocupados, ella preguntó con mucha naturalidad a la señorita que nos atendía: — ¿Podemos entrar mi hija y yo?, es noche vieja y tenemos algo de prisa. —Nos dio su consentimiento; no pude evitar ponerme nerviosa, aunque ella parecía disfrutar mi aturdimiento. ¡Era su bendita seguridad que me ponía en ese estado! Empezó a desnudarse frente a mí; yo parada sin poder hacer nada, embelesada, hipnotizada con sus bellas formas, su piel se veía tan tersa, se desnudó lentamente mientras preguntó coqueta:
— ¿Qué esperas para empezar a quitarte la ropa? —Sentí su provocación, no pude hacerlo, sólo atiné a reírme como idiota y balbuceé algo inentendible. El sonido de su risa fue el acabose; apreté las piernas y me puse a llorar… tenía catorce años. Ella se acerco y posó sus labios en los míos por apenas unos segundos.
—Mi niña, es el mejor homenaje que me han hecho en mis cuarenta y tres años.
Lo dijo a modo de suavizar la situación por la que yo estaba pasando.
—No vamos a seguir porque temo que te puedas confundir, pero si dentro de unos años decides probar, dímelo y lo intentaremos de nuevo. —Agregó, para después envolverme en sus brazos con su cuerpo totalmente desnudo. Se vistió sin ninguna prisa, sin quitar la mirada de mis ojos y sin dejar de sonreír.
Han pasado varios años ya; ahora soy yo la que va a divorciarse. He tenido varias experiencias a lo largo de mi vida, es justo decir que he tenido grandes amantes. Sin embargo, aún sigo recordando la experiencia con Gloria; y no dejo de repetir: Definitivamente… la Gloria eres tú.
Por: Andrea Mendoza
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