¿Nochebuena?
- Andrea Mendoza
- 23 dic 2023
- 6 Min. de lectura

¡Demasiado buena! Todos los años era exactamente lo mismo: mi madre llamaba para “sugerirme” que tenía que ir a casa de la abuela María a pasar allí la ¿Nochebuena? Aunque ciertamente la idea para mí era bastante desagradable, y es que, tener que viajar miles de kilómetros tan solo para ver a la familia de la cual me la pasaba huyendo todo el año, no era nada seductora.
La escena del año anterior se repetía en mi cabeza una y otra vez: las primas con sus salvajes sin educar, los maridos que después de unas copas les nacía el amor por mí, y con ello el manoseo “sin querer” por mis senos, el prometido de la nena que aprovechaba cualquier descuido para guiñarme el ojo, mi hermana a punto de parir a su tercer hijo, la tía que no dejaba de preguntarme: “¿Y tú?, ¿cuándo te animas a casarte?, querida, ¿qué no ves que se te va a ir el tren? Ya tienes edad para ello.” La mirada suplicante de mi madre, con la cual me decía, sin hablar, que me callara y que ignorara a mi tía. ¿Por qué o en qué sería diferente este año? Me aventuré a cuestionar a mi madre por el teléfono. Ella me contestó de inmediato. — Vendrá Inés de Francia con su prometido y familiares, te vas a divertir. Ya sabes cuánto te quiere. ¿Recuerdas lo bien que solían llevarse?
¡Vaya! Lo único que me faltaba… Inés, ¿cómo olvidarla? Ella es la clásica “Mujer perfecta”, la rubia de 1´70 de estatura, de curvas perfectas, la que en sus XV años bailó el vals con sus rubios y perfectos caireles, la que le cantó al Papa cuando vino a México.
¡Por supuesto que eso era lo que les mostraba a todos! Pero a mí me tocó conocer a la verdadera Inés; la que aventó al gato a un árbol para después salvarlo y demostrarle al mundo lo heroica que era, la misma que provocaba a mi mascota para después correr despavorida y pasar así por víctima, la que amarró a la abuela a su silla mecedora y acusó a su hermano pequeño de hacerlo, la que ahogo una lagartija mientras yo, con lágrimas en los ojos, le suplicaba que por favor no lo hiciera. —“Es fea, no merece vivir”— dijo, mientras la pobre lagartija se sacudía en espasmos frente a mis ojos, aquella Inés que robó un examen de la chica más aplicada para ponerle su nombre y así lograr la beca en el extranjero, la misma que tenía dos novios y se justificaba diciendo: “Hay que tener dos velas encendidas por si se apaga una”, la que asustaba a los más pequeños con sus leyendas de aparecidos y ahorcados. Sí ésa era la verdadera Inés.
Me callé una y otra vez todas sus malditas travesuras y lamentablemente siempre se salió con la suya. Ahora, años después, iba a ver frente a mí deshacerse el mito de que: “El mal nunca triunfa”.
La voz de mi madre me volvió a la realidad: “Tienes que venir, ¿Qué tal si es el último año que estamos juntas? A ver, dime”.
Los eternos chantajes de mi madre. Tuve que asegurarle que iría; colgué para después llamar y reservar el pasaje de avión. Todavía en el fondo de mí deseaba escuchar por la línea telefónica: “Lo sentimos, todos nuestros vuelos están agotados”, pero no, todo parecía ponerse del lado de mi madre y su odiada fiesta de “Nochebuena”.
Otro martirio fue escoger el vestido, Odio ir de compras, mucho más en estas fechas en que la gente piensa que si no compra se puede morir. Después de recorrer varias tiendas quedé satisfecha con mi atuendo. Me miré en el espejo y pensé: muy bien Abril, te ves preciosa… Inés se va a quedar con la boca abierta.
Llegó el fatídico día. En pleno vuelo deseaba que se cayera el avión y perderme en una isla desierta donde no tuviera que ver a mi “querida prima”. Llegué directo a la fiesta; el esmero que puse en mi arreglo fue digno de admirar. Aún allí, frente a la puerta, dudé en tocar o lárgame de una vez por todas. Iba a hacerlo cuando una voz a mis espaldas me llamó por mi nombre: “Abril, querida ¡cuánto tiempo!”. ¡Lo que temía!, la familia de Inés con todo y prometido. En el momento preciso se abrió la puerta y, como una bendición vi que era mi madre, me arrojé a sus brazos como un náufrago que se aferra a una tabla salvadora, mi madre se extrañó, no sabía que lo único que deseaba era evitar a toda costa a la engreída de mi prima. Entramos, afortunadamente empezó la lluvia de gente, todos hablando al mismo tiempo, la música era tan alta que tenía que hablar a gritos, los malditos salvajes corriendo por toda la casa. No, nada había cambiado, todo era exactamente igual a los años anteriores, excepto que ahora, Inés, la chica perfecta, iba con su prometido perfecto y yo más sola que una ostra…
Eran apenas las nueve de la noche y la mayoría no se acordaban ni de su madre, el alcohol ya había hecho estragos. Al fin llegó la hora de la cena. No, en verdad no había sido mi mejor noche. Para cerrar con broche de oro sentaron a mi prima y su admirado francés justo enfrente de mí.
Por primera vez lo pude observar detenidamente, era bastante atractivo, mi prima tuvo a bien presentármelo: “Mira, él es el hombre de mi vida”. No entendí lo que él dijo en su idioma, tan sólo sonreí mientras traté de recuperar mi mano que no quería soltar. Dirigí mi mirada hacia mi prima y le dije: “Pues ojalá no tengas siete vidas como los gatos”. Noté que su novio entendió la broma y empezó a reír. No me quitó la vista de encima durante toda la cena. Por debajo de la mesa sus pies rozaban los míos “casualmente”, al verlo me sonreía de manera angelical y se disculpaba. Me gustó el juego; mucho más cuando mi prima notó las constantes sonrisas de ambos. No dejaba de besarlo y hacerme notar que ese hombre era suyo, para mí era agradable verla muerta de celos.
Poco a poco fueron levantándose de la mesa y salieron al patio a bailar, algunos se fueron a seguir bebiendo. Yo no me retiré de la mesa, deseaba con toda el alma poder salir corriendo de allí. Estaba mirando el reloj y vi que faltaba casi una hora para que mi amiga (si es que no lo olvidaba) llamara y dijera que tenía que regresar al trabajo por algunos “asuntos urgentes”. Casi empiezo a dormitar de lo aburrida que estaba.
El prometido de mi prima llegó y se sentó enfrente de mí, sonrió; yo un tanto fastidiada le devuelvo la sonrisa, hace una mueca para pedirme que guarde silencio y, en un español perfecto, dice: “He perdido el anillo de tu prima debajo de la mesa, tengo que buscarlo, si llega a venir por favor no le digas en dónde estoy”. Asentí con la cabeza. Estaba mirando el celular cuando sentí unas manos recorrer mis piernas; a modo de reflejo di un grito que se perdió con la música; sin yo poder reaccionar, él levantó mi vestido y separó mis piernas. La sorpresa era tanta que no atinaba a levantarme. Sonó el teléfono, mis manos tiemblan y cae sobre la mesa.
Veo que Inés se aproxima para preguntar: “¿Quién es? ¿A quién se le ocurre llamarte en plena noche buena?” Mientras yo estaba experimentando el mejor sexo oral de mi vida. Se queda de pie al lado mío, el teléfono seguía sonando. El francés, teniendo de cómplice al mantel, no cesaba en su empeño. “¿No vas a contestar?” Cuestionó con el ceño fruncido. El clímax por llegar. Relajé el cuerpo, recargué la cabeza, mi prima seguía observándome desconcertada, sin entender qué es lo que estaba pasando, preguntó por su novio. Con cara de estúpida satisfacción levanté el mantel y su novio queda al descubierto; él no se entera de nada, seguía haciendo la mejor faena de su vida. Ella atónita no acertó a reaccionar; cerré los ojos, me dejé llevar… sujeté fuertemente el mantel entre mis manos, él seguía sin saber que había sido descubierto.
Instantes después me levanté de la silla. Ante la mirada perdida de mi prima que no acaba de reanimarse. Acomodé mi vestido; el novio que, por primera vez, notó la presencia de su prometida no atina a decir palabras, su rostro se tiñó de rojo. Frente a mi prima cerré su quijada que amenaza con caer al piso, mientras le confieso: “Ya sabes, desde niña tengo esa debilidad por la lengua francesa.” Caminé hacia a la salida, recogí el abrigo y le di un beso a mi madre. Salí a la calle con una enorme sonrisa; vuelve a sonar el teléfono, contesté para decirle a mi amiga: Hoy sí que he tenido la mejor noche buena de mi vida.
Por: Andrea Mendoza
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