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  • Ana Cristina Vera

El soundtrack de la vida. Capítulo VI



When you get older, plainer, saner

Will you remember all the danger we came from?

"Lost on you" – LP

Lost on You (2017)


Comencé a tomar terapia en cuanto la pude pagar. Eso fue hace más de 20 años cuando me inicié en el mundo laboral. En aquel momento me estaba costando mucho trabajo adaptarme al mundo “real” al cual intentaba pertenecer con todas mis ganas, pero no lo estaba logrando (spoiler alert: no lo logré). Ese primer paseo, aunque duró varios años terminaría de forma abrupta luego de que me enterara de que mi exnovio de casi 10 años, quien me terminó por Messenger (¿se acuerdan del Messenger?) y que se casó 6 meses después del hecho, iba, junto con su esposa, a tomar terapia al mismo lugar.

Eso de que nadie sabe para quién trabaja a veces da ejemplos muy oscuros e irónicos: mientras salíamos yo no me cansaba de hablarle de lo buena que era mi terapeuta y de como hacer terapia tal vez sería bueno para él. Y claro que yo quería que fuera bueno para él, pero conmigo. Cuando hablé del tema con la terapeuta, ella decidió cortar la relación conmigo no sin antes hacerme saber que era una narcisista sin remedio por, entre otras cosas, no poder compartir el espacio con ellos. Mi espacio. Con mi ex. Y su esposa.

Tomé mi herida de abandono y rechazo junto con mi diagnóstico de narcisista terminal y dejé de hacer terapia por muchos años. Me daba miedo enfrentarme a una segunda opinión que confirmara que, efectivamente, era un caso sin remedio. Pero fueron mis ganas de pertenecer que me ciegan y me hace tomar decisiones equivocadas la que me llevó de nuevo al consultorio más por necesidad que por gusto.

She knows the human heart And how to read the stars Now everything's about to fall apart

"The trick is to keep breathing" – Garbage

Version 2.0 (1998)

Ese segundo viaje fue necesario cuando no soporté las consecuencias de haberle contado a quien además de amiga, era mi maestra de canto, que su esposo me propuso tener sexo con él. Naturalmente, fui acusada de mentirosa-seductora-rompe-hogares que sólo buscaba destruir una sólida relación. Amistades compartidas se terminaron, gente querida me dejó de hablar de la nada y encima de todo, me quedé sin maestra de canto. En una ocasión la encontré en una tienda que conocí gracias a ella y, como en novela barata, se acercó para hacerme saber lo contentos que estaban, cómo mi fallido intento de dinamitar su vida sólo los había unido más y ahora estaban más felices y plenos que nunca. Todo esto mientras tocaba mi esternón de manera violenta con su dedo índice. Yo di aviso para que se detuviera y no me tocara una, dos, tres veces. Cuando no hizo caso hice lo que me pareció era la única opción disponible: tomé su mano en el aire antes de que alcanzara a tocarme de nuevo y con un rápido movimiento hacia atrás, le rompí el dedo:


Le. Rompí. El. Dedo

A una mujer que vive de tocar el teclado y cantar.

Claramente necesitaba terapia.


'Cause there's a hole where your heart lies

And I can see it with my third eye

And though my touch, it magnifies

You pull away, you don't know why

"Third Eye" – Florence and the Machine

How Big, How Blue, How Beautiful (2015)


Este segundo viaje terapéutico fue un periodo en el que más crecimiento personal he tenido. Llegué a un consultorio en el que fui arropada, escuchada, nunca juzgada y mucho menos condenada a un diagnóstico terrible e incurable. Aprendí que nos conviene enojarnos asertivamente para no andar por la vida rompiendo huesos ajenos o propios. Descubrí cómo en la infancia construimos historias que nos ayudan a sobrevivir pero que, si no soltamos cuando somos adultos, nos pueden arruinar la vida. Me asomé con protección y cuidado a mi lado oscuro y lo abracé. Francisco Huitrón Snell hizo en mi vida lo que la penicilina ha hecho en la de todos: la transformó y para siempre, la mejoró. Ese viaje habría seguido sin duda hasta el día de hoy de no ser porque un lunes, un día antes de nuestra cita semanal y luego de habernos puesto de acuerdo por teléfono para la misma, fue asesinado por un grupo de ladrones que entró al café en donde estaba. Me quedé sólo con su recuerdo y su presencia cada noviembre en mi ofrenda, en la que lo espero con libros de Psicología y pinturas de Kandinsky.

Y así, de nuevo tomé mi herida de abandono (esta vez involuntario) y dejé de tomar terapia otra vez por años. Hasta que la vida, que siempre pasa, me pasó otra vez.

Mi camino terapéutico es uno que mantuve siempre en secreto con mi familia. No me quería arriesgar a escuchar que estaba perdiendo mi dinero y peor, mal hablando de la familia (porque obviamente hablaba de ellos). Esta actividad secreta dejó de serlo cuando por primera vez en mi vida tuve que pedir toda la ayuda que fuera posible porque genuinamente pensé que no lo iba a lograr.


You'd never know, I was fighting for my life 8 months ago

I shut the door and covered the windows

‘Cuz the sunlight hurt my eyes

I couldn't even go outside for so, so long

And you couldn't tell, but the inside of my head was a living hell

I tried my best explaining how it felt

But nobody ever understood

Doctor said that everything looks good

So I blamed myself

I don't think I've ever been so lonely

Didn't know if I would make it out

The dead of the winter of my life in the middle of the summertime

And it still haunts me now

"You’d never know" – Blü Eyes

Healing hurts (2022)


El 20 de junio del 2020 aunque sábado, fue mi lunes negro. Ese fue el día en el que me enteré de que mi pareja se había suicidado el martes previo y cuando en la noche me presenté como la novia, resultó que no era la única con el título en la sala. Junto con la no exclusividad, descubrí muchas otras cosas, cada una más horrible que la previa de la persona que creí conocer y con la que, hasta me pensaba casar. La gente se nos muere de muchas maneras. A mí, el cucaracho se me murió de todas las formas posibles el mismo día. Ese sábado recuerdo haber estado sentada en mi cama por un muy largo rato viendo mi ventana mientras mis hermanos llegaban a mi casa. Mi hermana se quedó conmigo ese fin de semana, aunque yo casi no la vi. No quería salir de mi cuarto ni comer. Lo que alcancé a hacer dentro de esa cápsula de niebla, incredulidad y el dolor más profundo que haya podido imaginar sentir, fue elaborar una lista de todos mis proyectos y sus respectivos pendientes y acciones por ejecutar para luego enviársela a mi jefe y hacerle saber que no iba a estar disponible por una semana a razón de la muerte de mi pareja. Mi lugar de trabajo, que se merece con mucho su lugar en la lista de “Mejores empresas para trabajar” me hizo llegar un ramo de flores y hasta desvió temporalmente mi correo para que no lo recibiera y pudiera pasar mi duelo tranquilo.

Las primeras semanas tuve ataques de pánico. De pronto comenzaba a temblar y no podía respirar, me recostaba, inhalaba aceite esencial de menta que es un madrazo para todas las membranas y respiraba y regresaba al aquí y ahora, de nuevo a sentir. Acudía entonces a la ayuda que siempre estuvo ahí: en forma de mensajes de WhatsApp desde Austria, una visita con un plato de consomé para que tuviera que comer, en videollamadas diarias que me hacían levantarme de la cama y medianamente peinarme. En los ojos de mis perras y los ronroneos de mis gatos. No compartí la verdad de la situación que estaba atravesando con mucha gente, porque qué oso confesar que me vieron la cara de forma tan grande, que Netflix podría producir una serie al respecto. Además del dolor que ya tenía, me eché encima la vergüenza. Y de nuevo supe, que necesitaba ayuda profesional urgente.

Por la urgencia del caso, comencé con dos sesiones a la semana cada semana y me mantuve así por varios meses. Conforme avanzaron las semanas, pasé de sentir mucho, todo, a un estado en el que las emociones se me apagaron por completo y me movía a través de mis días en automático: estaba lejos de estar bien, pero a mi parecer tampoco podía decir que estaba mal. Lo llegué a interpretar inclusive como un signo de mejora: todavía no sonreía, pero ya tampoco lloraba todos los días. De hecho, era un descanso estar así, sin sentir nada. Mi doctora, sin embargo, no opinaba lo mismo y determinó que era necesario emplear apoyo químico. Porque para salir del duelo, hay que vivirlo primero.

Y yo, que cuento a mi capacidad intelectual como una de las cosas de mí misma de las que siempre puedo estar segura, tuve que aceptar que esta vez era mi cerebro y no mi corazón el que no estaba soportando y comencé a tomar antidepresivos.

Waiting for the end to come Wishing I had strength to stand This is not what I had planned It's out of my control

Flying at the speed of light Thoughts were spinning in my head So many things were left unsaid It's hard to let you go

I know what it takes to move on I know how it feels to lie all I wanna do is trade this life for something new holding on to what I haven't got

"Waiting for the End" – Linking Park

A Thousands Suns (2010)


Poco a poco, sesión por sesión, fui mejorando. Realmente mejorando. Me gradué de dos sesiones a la semana y pasé a tener sólo una. Mi ánimo subió lo suficiente como para querer viajar de nuevo y me fui a mi luna de miel con mi hermana. Supe que todo iba a estar bien, que genuinamente la iba a librar cuando en un restaurante en Campeche, mientras comía los mejores camarones al coco que hayan probado jamás, me di cuenta justo de eso: tenía el corazón hecho mierda, las esperanzas rotas y las ilusiones muertas, pero los camarones me seguían sabiendo ricos. Y podía seguir conociendo el mundo, metiendo los pies al mar, odiando al calor y espantándome los moscos. Seguía viva. Aquel pendejo ya no. Pero yo seguía viva y por voluntad, así me iba a mantener.

Con mi progreso, la dosis de medicamento se fue modificando. Comencé por alternar un día, luego dos y así de manera progresiva. La periodicidad de las sesiones cambió también y pasé a un esquema quincenal. Aunque no me he enamorado de nuevo, sí he salido con gente nueva y he recuperado y hasta incorporado costumbres y gustos nuevos que me hacen agradecer estar viva.

Con lo que he vivido, lo que veo en casa y en los espacios que frecuento, me he convencido de que la terapia es como la tortilla y los huevos, parte de la canasta básica a la que todos deberíamos tener acceso. Viví en primera persona lo complicado que es aceptar ayuda, en mi caso ayuda farmacéutica, para salir adelante y vivir verdaderamente eso que mi exprofesora refiere como “una vida plena”. La de verdad. La que acepta la muerte como parte de la vida y la pérdida como posibilidad constante. Todo cambia. Todo el tiempo.

Como yo, que hace dos meses, volví a cambiar y me gradué de antidepresivos.


I hear Jerusalem bells are ringin'

Roman Cavalry choirs are singing

Be my mirror, my sword and shield

My missionaries in a foreign field

For some reason, I can't explain

I know Saint Peter won't call my name

Never an honest word

But that was when I ruled the world


"Viva la Vida" – Coldplay

Viva la Vida or Death and All His Friends (2008)

Por: Ana Cristina Vera



Nota de la autora:

Existen recursos terapéuticos que te pueden apoyar en un momento de crisis. Si necesitas ayuda, en estos enlaces la puedes encontrar.


Atención Psicológica de emergencia. LOCATEL

Teléfono: 55 5658 1111

Módulos de Salud Mental y Centros de Atención Primaria de Adicciones de la CDMX.

Línea de Atención Psicológica especializada en Salud Mental de la UNAM.

Teléfono: 55-5025-0855. Lunes a viernes, de 8 a 18 hrs.

Programa de Atención Psicológica a distancia de la UNAM. Abierto al público general.

Escucha el playlist de esta historia aquí:




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