top of page

Es tarde

  • Andrea Mendoza
  • 8 may 2023
  • 3 Min. de lectura


Es tarde…

— ¡Quédate! — Ordenaste mientras quitabas el abrigo de mis manos.

— No me parece muy conveniente. Después de todo, llevo unas horas de conocerte. — Te recordé, y traté de recuperar mi abrigo.

— ¡Qué loco! ¿No? — Volviste a la carga. Esta vez arrojaste el abrigo fuera de mi alcance. — ¿Quién lo iba a decir? En la mañana que te vi llegar no me hubiera siquiera imaginado que terminarías en mi casa y con el tobillo hinchado. Ven, siéntate aquí, a mi lado, relájate; bastante tienes con el dolor. Te serviré una copa y me contarás cómo fue que te golpeaste tan certeramente—.

No, definitivamente no podía rehusarme. Te veías tan encantadora, tan angelical, tu piel invitaba a tocarla, tenía un color tan agraciado, pareciera que te la pasabas bronceándola. No me fue difícil imaginarte tirada en la arena, rodeada de admiradores que se deshacían tratando de atraer tu atención. ¿Cómo negarme a tal invitación? Fuiste cordial y atenta, excelente anfitriona… Eres tan confiada. Te acercaste a auxiliarme en cuanto me lastimé el tobillo, me invitaste a tu casa y pusiste hielo en mi pie.

Las horas pasaron sin darnos cuenta. Tus chistes y ocurrencias hicieron que me olvidara de todo. Sí, decididamente eras genial. Una combinación peligrosa: belleza e inteligencia, algo no muy común y, simplemente irresistible. Volví a la triste realidad, era tarde y estaba lejos de casa, todavía no sabía cómo decírtelo, no quería perecer descortés ante tanta amabilidad tuya.

— Mi madre estará preocupada. — Te comenté para tener una excusa lo suficientemente viable. Tu carcajada fue espontánea y contagiosa. Al reírte tu rostro se iluminó. <Te ríes hasta con los ojos>, pensé; al tiempo que mis ganas de rozarte se dispararon. Peligrosamente acercaste tus labios a los míos, cerraste los ojos. Me retiré con miedo; ese temor que provoca cruzar la línea de lo desconocido

— No rechaces lo que no conoces —. Me provocaste, y volviste a acercar tu boca a la mía.

— No estoy tan ebria para hacer algo así. — Te advertí mientras te retiraba dulcemente de mi rostro.

— Tal vez no ebria de alcohol, ¿pero, qué tal de mí? No luches; quieres hacerlo, lo sabías desde que aceptaste venir a mi casa a pesar de tener unas horas de conocernos. ¡Vamos! Tan solo déjate llevar. Mira ni siquiera te he tocado y ya estás rendida. Te apuesto que te has humedecido ya. ¿Puedo tocar? No esperaste una respuesta, tampoco opuse resistencia, tus manos se deslizaron por todo mi cuerpo. Empezaste por mis labios para continuar en mi pecho. Te sentiste dueña de mi voluntad. Con una maestría absoluta te detenías en el momento en que no deseaba que lo hicieras, era tu manera tan particular de seducir.

— Eres una mujer en su jugo — aseguraste mientras tu risa inundaba la habitación. — ¡No soy lesbiana! — Grité, más que para convencerte, para escucharme a mí misma.

— Y… ¿Quién te dijo que yo lo soy? Tan sólo quiero confirmar que ninguna de las dos lo somos. — Una sonrisa traviesa se dibujaba en tu rostro, no podías ocultar tu triunfo, lo supiste enseguida.

Empezaste a desnudarte frente a mí, dejaste caer tu ropa sin pudor alguno. Me confundiste mucho, más de lo que ya estaba, mis emociones se dispararon, confusión, deseo, miedo. Sí un miedo atroz.

Me levanté del sillón. Salí corriendo de tu casa olvidando por un instante el dolor del tobillo. Mi cerebro luchaba por ordenar mis ideas que parecían no tener pies ni cabeza. No me detuve hasta la esquina donde tomé un taxi. Ya más tranquila y recostada en mi cama, no puedo evitar pensar qué hubiera pasado sin tan solo me hubiera quedado para confirmar que ninguna de las dos somos lesbianas.

Por: Andrea Mendoza

Comentários


  • Trapos
  • TikTok
  • White Facebook Icon
  • White Twitter Icon
  • White Instagram Icon

© 2023decibel mexico

bottom of page